lunes, 28 de septiembre de 2009

Reflexión: Dos veces flexión



Sodomita,

No puedo respirar. Y no me preocuparía demasiado si no fuera porque la última vez que pude inspirar aire fue hace tres cuartos de hora. ¿Significará eso que son mis últimos minutos de vida? ¿Debería estar muerto, tal vez? ¿Es que el destino no me deja despedirme de este miserable mundo? ¿Es que quiere que grite desesperadamente mi último canto de amor? ¿No es la llegada de la muerte, en tal caso, un tanto abrupta, inópinada, incómoda? ¿No podría llegar en otro momento? ¿Tienes alguna respuesta? Si la tienes, dímela por teléfono, no creo que pueda leer tu réplica. Para entonces, seguramente habré sido incinerado, y congelado después (urna incluída). Criogenizado. Lo mismo que los calamares a la romana. Criogenizados. "No necesita descriogenización previa. Verter el contenido en una sartén...".

¡Cielos! He vuelto a respirar. Maldita sea... ¡Qué pestazo que pega aquí!

Bien, he de explicarte algo que me ronda la cabeza desde hace sólo unas horas. Es una reflexión profunda sobre una hipótesis, a todas luces, de praxis irrealizable, pero que, como a todo contenido filosófico, ha de otorgársele merecida lectura y posterior análisis. Me gustaría que te quedara claro que el análisis ha de ser necesariamente posterior, si bien, no creo que sea menos merecido que la lectura. Pero la lectura jamás podrá ser posterior. Merecida sí. Posterior no. Todo ser humano que intentara desarrollarlo equivocadamente podría sufrir meningitis. Ya que, no se puede analizar un problema si todavía no se conoce el enunciado.
Como sé que tu paciencia tiene un límite, procederé a exponer el asunto sin parábolas. Nada de parábolas. Ni retruécanos, ni metáforas, ni hipérboles, ni pleonasmos, ni metástasis, ni sístole y, ni mucho menos, diástole. Imaginemos, por un momento, que el hombre, el homo sapiens sapiens, fuera genéticamente y por defecto, daltónico. No sólo el hombre, sino también la mujer, femina sapiens sapiens. No distinguiríamos los colores, ¿te das cuenta? Ninguno de nosotros, los humanos, sabríamos exactamente qué es eso de la escala cromática. Por lo menos, tal y como la conocemos. Muy bien. ¿Existirían cosas en el mundo como los semáforos? ¿Sabríamos distinguir entre una simple piedra y un excremento de perro en la calle? ¿Podríamos saber cuándo la fruteras nos está vendiendo cerezas o cuándo unas caquitas de cabra? ¿Habría alguna diferencia Jesús Gil y James Avery, El Tío Phil, de Fresh Prince? ¡Ah, amigo! Ahí el quid de la cuestión: ¿Existiría el racismo?

Sé de buena tinta que te has quedado patidifuso. Sé que no podrás pegar ojo esta noche, que no dejarás de darle vueltas. Que ni siquiera te pasará por la cabeza la posibilidad de tocarte el pene, como haces habitualmente antes de dormir. Cerdo. Pero debía contarte esto. Tenía que hablarte sobre mis dudas. Sobre las incógnitas que se ciernen sobre mi alma, como un oso pardo lo hace sobre la osa parda.

Quiero saber qué opinas de todo esto. Estaré delante de mi computadora, pulsando F5 hasta que compruebe que has contestado. Cuando lo hagas golpearé violentamente mi cabeza contra la pantalla hasta romperla. ¿Romper qué? ¿La pantalla o mi cabeza?

Te deseo la peor de las enfermedades ya erradicadas posible.

Tuyo,
Viviendo Deprisita

No hay comentarios:

Publicar un comentario